Mucho antes de entrar a Palacio Nacional, Claudia ya traía la revolución en la sangre. Literal.
Su historia empieza en un hogar donde la política no se discutía… se respiraba. Mientras el mundo se sacudía con el 68, ella apenas tenía 6 años, pero sus papás, estudiantes de la UNAM, estaban al centro de todo: marchas, revueltas, reuniones clandestinas. Y en medio de eso, una niña escuchaba, observaba, aprendía.
Años después, esa misma niña apoyó con solo 15 años la huelga de hambre liderada por Rosario Ibarra de Piedra en la Catedral Metropolitana. Ahí pasó su primera noche fuera de casa. No en una pijamada… en una protesta vigilada por policías y militares.
Como estudiante de física en la UNAM, Sheinbaum se sumó al movimiento contra el neoliberalismo en los 80, encabezó asambleas, luchó por mejores condiciones para los maestros y, sí: organizaba, hablaba, convencía.
Y hasta fuera del país armaba protesta: en California, se unió a una marcha contra Salinas de Gortari, exigiendo justicia y democracia para México. Años después, publicó una foto de ese día y escribió:
“Conservo el mismo anhelo de justicia social, para que haya patria para el pobre y patria para el oprimido.”
Hoy es presidenta. Pero su historia comenzó en las calles, en los pasillos de la universidad, en las causas de otros.
Claudia Sheinbaum no solo hace historia… viene de ella.
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